¿Has probado a quemarte con cigarrillos? ¿Y a cortarte con un cutter?

Alone

Estas preguntas se plantean abiertamente en una de las muchas páginas pro-SI (self injury) que cualquiera puede llegar a encontrarse en internet. El autodenominado movimiento pro-SI propone, y promueve, la utilización del dolor autoinfligido como una forma de afrontar los episodios de angustia personal, tan frecuentes durante la adolescencia. De hecho, la edad de inicio en este tipo de prácticas se sitúa entre los 12 y los 13 años, aunque alcanza su mayor prevalencia entre los 15 y los 16.

Este tipo de páginas, perfiles en redes sociales y comunidades virtuales, surgieron hace pocos años en el entorno de las páginas pro-anorexia (pro-ana) y pro-bulimia (pro-mia) en internet. Los primeros contenidos en los que se invitaba a los jóvenes a ocasionarse quemaduras con cigarrillos, o cortes con un cutter en antebrazos y muslos, asociaban estas prácticas con la pérdida de peso. Es decir, se presentaba el dolor como una forma de adelgazar. En el I Congreso Nacional sobre Anorexia y Bulimia en Internet, organizado por PROTEGELES en el Palacio de Congresos de Madrid en 2005, se presentaron las diversas tablas de equivalencias que se encontraban en estas páginas. Adolescentes y jóvenes universitarias habían creado tablas en las que se especificaba “con cuántas de dolor al día, causado en qué zonas, se quemaban cuántas calorías”. Tablas delirantes en las que se defendía que una hora de autoagresiones podía suponer la pérdida de 100 ó 200 gramos de peso.

Poco después, comenzó a proponerse el dolor también como una forma de alcanzar el tan preciado autocontrol sobre el propio organismo y sobre la sensación de hambre. Como una forma de sometimiento de la propia voluntad, y como un sistema muy persuasivo para autocastigarse ante la ingesta de alimentos.

En la actualidad, el movimiento pro-SI en internet aun no ha alcanzado su mayoría de edad en internet, pero ya se ha independizado. Ahora dispone de su propia identidad, y plantea el dolor y las autolesiones como una forma de aliviar sentimientos de angustia, inestabilidad anímica, rabia contenida, sentimientos de despersonalización y disforia. Transforman el dolor emocional en dolor físico, mucho más tangible. El problema añadido surge ante la posibilidad de que esta conducta episódica, que pudiera ser temporal, se convierta en una conducta repetitiva. El adolescente se reconoce a sí mismo como “pro-SI” y entonces funciona como una adicción que se refuerza con la práctica constante. El hecho de conocer a otros que lo hacen, y reunirse en foros y comunidades online, ejerce un efecto devastador en el adolescente y fija la conducta.

Cualquiera se planteará que esto realmente no puede suceder entre adolescentes “normales”, y que es algo que debe afectar sólo a jóvenes con verdaderos problemas mentales, de relación, autoaceptación o de otro tipo. Pero la verdad es que aunque esto fuera así, tampoco sería un consuelo, por supuesto. Para empezar, debemos plantearnos que no todos los adolescentes permanecen emocionalmente estables durante la adolescencia. Y al margen de esto, tal y como se recoge en el Estudio “El trastorno mental grave en niños y adolescentes en la sanidad pública española”, presentado y debatido en el XXV Congreso de Salud Mental de la Asociación Española de Neuropsiquiatría: Entre un 10% y un 20 % de los niños y adolescentes españoles padece ya algún tipo de trastorno mental, y la incidencia de estas patologías va en aumento en los últimos años. El porcentaje de casos sin diagnosticar hasta la edad adulta es elevado, y muchos otros presentan ya características previas. Pero al margen de estos datos, todos sabemos lo que supone emocionalmente la adolescencia. La falta de control sobre la emotividad, los cambios de humor, las descargas constantes de hormonas y el cambio constante del propio cuerpo, convierten esta trascendente y fabulosa etapa en una verdadera montaña rusa emocional.

Lo que menos necesitan los adolescentes es la incontrolada presencia de páginas pro-SI en internet. Es necesaria y urgente una legislación, preferiblemente a nivel europeo, que impida su proliferación. Del mismo modo que se ha legislado sobre la apología del racismo y la xenofobia, o sobre la apología del terrorismo, debe impedirse la publicación de contenidos que inciten a la anorexia, la bulimia o directamente promuevan las autolesiones. Y más cuando sabemos que 3 de cada 4 usuarios de estas páginas son adolescentes con menos de 18 años, y el resto son jóvenes universitarios.

Algunos abogarán antes por la “educación”, frente a la “prohibición”. Personalmente nunca me he planteado que una opción se contraponga a la otra, y me parecen absolutamente complementarias. Comparto la idea de que lo más importante es siempre la educación. Es necesario educar a los niños y niñas para que crezcan con un buen nivel de autoestima, que les permita desenvolverse creyendo en sus propias capacidades y posibilidades, y valorándose a sí mismos. Es la mejor herramienta de prevención contra todos estos fenómenos autodestructivos. Pero que la educación sea nuestra principal herramienta no significa que sea suficiente. Todos compartimos la idea de que hay que enseñar a los niños educación vial: pequeños y mayores deben aprender la importancia de respetar las normas de tráfico. Pero ¿alguien se plantea que tras educarles eliminemos entonces la prohibición de saltarse los semáforos en rojo? ¿Y las multas? Pues no. Tanto la prohibición como las posibles sanciones son complementarias. Eduquemos, sí, pero desarrollemos también otros mecanismos para garantizar el cumplimiento de la norma.

El problema de quienes proponen la prevención como única medida, es que no se han planteado de qué forma podemos prevenir sobre este fenómeno en las aulas. ¿Saben ustedes lo que sucedería si en un taller formativo en un colegio, el profesor o formador hablara sobre las páginas pro-SI en internet…? ¿Saben cuántos alumnos/as buscarían esa misma semana por primera vez contenidos de este tipo en internet? Aunque en un principio fuera sólo por curiosidad, muchos terminarían encontrando y leyendo mensajes muy dañinos en los que se les invitaría a probar “experiencias” de este tipo. Prevenir sobre este tipo de contenidos no es tan fácil, porque es un tema sobre el que no debemos anticiparnos. Debemos trabajar sobre la autoestima, la imagen corporal, las formas de afrontar con éxito las frustraciones… Pero todo ello requiere su tiempo, a veces toda una vida. Además de la educación a medio y largo plazo, los seres humanos nos dotamos de normas y de leyes.

Este problema no es anecdótico. Un grupo de investigadores belgas y británicos, tras un estudio realizado recientemente entre adolescentes británicos y publicado en el “British Journal of Clinical Psychology”, ha concluido que hasta un 27% de los estudiantes incluidos en el estudio ya se había autolesionado deliberadamente en alguna ocasión. Otro estudio realizado en Estados Unidos entre 8.300 alumnos universitarios de ambos sexos, concluyó que un 17% de los mismos también se había autolesionado.

Debemos educar a los niños y adolescentes, e incluso instalar en sus ordenadores dispositivos que impiden ya el acceso a este tipo de contenidos dañinos, pero también debemos legislar.

En mi comparecencia de 2013 en el Congreso de los Diputados, como en la anterior en el Senado, como en todas mis declaraciones desde hace más de 15 años, insisto en la necesidad de legislar contra los sitios que promuevan entre los menores las autoagresiones, o presenten los trastornos de la conducta alimentaria como “estilos de vida” asumibles y voluntariamente adquiridos.